(Adaptación de La Leyenda del Crespín-argentina)
Ha pasado la trilla de los cereales y hay fiesta en las parcelas de tierra donde las familias han cultivado bajo la atenta mirada de los generosos dioses. Licores embriagan los corazones los ríos los montes las llanuras en celestial comunión, esbozando una sonrisa mágica que a todo lo envuelve y le salpica cascabeles. Músicas nativas retuercen cadencias de palpitantes ritmos en los que las almas- en plena ebullición- entonan cautivadoras danzas elogiando la vida, la naturaleza, la tierra abierta de entrañas regadas y henchido vientre negro que germina siempre, que sobrevive a todas las catástrofes. Que siempre calma el desespero de los hombres.
El aguacero estival ha llorado sobre los ríos de las sierras gotas de nácar en dulces torrentes. Crespín y Crespina, dos esposos, danzan sin comparación. Van y vienen, ríen, cantan. Se abrazan besan, zapateando sin par.
Crespina y su comadre Calandria se empalagan del dichoso licor que trae la palabra escondida a los labios abiertos. También beben los hombres tragos suficientes como para marear los pensamientos y obligarles a bailar dentro de los sudorosos cuerpos olientes a mazorcas nuevas.
Un malentendido de golpe se suscita. Crespín y un amigo hacen relucir las armas oxidadas que se ponen inmediatamente en campaña.
La fiesta no se detiene. La música es estridente.
Una herida calla en la piel de Crespín en oscuro latigazo.
Sangre y notas de música, dolor y euforia ruedan en las pistas del baile campero.
El dueño del rancho lo pone en su cama, trata de calmarle el dolor y la tristeza. Envía un emisario por la esposa que sigue rotando sus caderas embriagada de melodías.
-¡Que siga el baile que está muy bueno! Ya habrá tiempo para curarlo. ¡No pretenderá Crespín que por un rasguño deje de bailar!. –Dijo la mujer del herido y la carcajada resonó entre los oídos presentes. Trascendió los ruidos y al más allá llegó, los dioses de la muerte las melenas sacudieron ¡el hombre aún era un enigma!.
Danza viva la egoísta mujer y le nacen enredaderas en los pies.
Generoso, el tajo del moribundo va abriendo ramos de claveles rojos.
Los músicos ríen de la muerte y la muerte está llorando sola en un rincón apartado, de pura soledad empachada.
-¡Ha muerto, Crespina, tu esposo ha muerto!-balbucea con pena otro emisario.
-¡También para llorar encontraré tiempo mañana! ¡Que siga el baile! ¡Que siga!
El esposo muerto se ha ido sin compañera. Nadie le ha tomado la mano y le ha ayudado a cruzar el puente. Llegó a la otra orilla perdido como si toda la vida solo la hubiera transitado. Al amanecer se agota la garganta del canto, la música y los licores. Crespina va durmiendo la vida loca que le bullía horas antes. Va despertando la muerte que a su lado no quiso ver pasar. ¿Dónde está Crespín?
-Muerto y sepultado.-Concluye el dueño del rancho y en su gesto hay odio hacia la mujer indiferente que ha preferido el baile que estar en la hora última del reloj amado.
El corazón de Crespina siente agujas que en vez de coser abren agujeros por los que finas espinas se cruzan y enredan. Se van convirtiendo los rojos latidos en blancas lágrimas sin cuerpo para correr ni detenerse. Sus pies la llevan.
Estoy viéndola huir ahora mismo... va por la selva pisando hojas y tronquitos, rasgando el vestido, cargando llantos. Huye del tiempo la vida la muerte. Sin embargo, no logra huir de sí misma. Se desespera por salir de ella y entrar al tiempo.
Pero ese umbral tiene contraseñas y Crespina no las aprendió.
-Crespín... Crespín... ¿Dónde estás? Nada te conmueve. Mírame vagando y buscándote. No me castigues más. ¿Qué más quiere para aceptar mi arrepentimiento?
Sólo un grave y rezongón soplido del viento recoge su rostro que comienza a arrugarse prematuramente. Su piel seca de tantos soles atravesados en los árboles de la selva se cuartea como la tierra bajo sus pies. Siente que no la toca pero sigue rumbo al olvido lo incierto lo desconocido. Busca a su hombre en las lejanías opacas. Ella misma está perdiendo la luz de sus ojos lavados de tantas lágrimas. Su abecedario tiene un solo vocablo: Crespín. El nombre repite miles de veces en su eterno vagar. No, ¡realmente no siente los pies!. Sus últimos intentos desesperados le hacen crecer alas y en el aire busca al hombre que no quiso acompañar en tierra. Al esposo de siempre. A aquel que con ella la tierra sembraba de frutos dulces y nuevos.
Aquel que con ella agua fresca a la casa traía.
En las alturas Crespina llora, pequeño pajarito de tristezas lleno y alegría mudo. Los trigales han vuelto a sonreír y las montañas y bosques le dan morada pasajera. No tiene destino. El aire para no olvidarlos gratuitamente esparce las notas tristes sobre poblados y campesinos. Bebe la muerte en cada vuelo Crespina, es que cada gota de licor de la maldita noche, los dioses han convertido-rompiendo del perdón las copas- en caudalosos ríos de tristeza. Y su arrepentimiento es moneda que Tupa ha rechazado de la lista de deudores celestiales. Es un dios, tiene derecho.
Ha pasado la trilla de los cereales y hay fiesta en las parcelas de tierra donde las familias han cultivado bajo la atenta mirada de los generosos dioses. Licores embriagan los corazones los ríos los montes las llanuras en celestial comunión, esbozando una sonrisa mágica que a todo lo envuelve y le salpica cascabeles. Músicas nativas retuercen cadencias de palpitantes ritmos en los que las almas- en plena ebullición- entonan cautivadoras danzas elogiando la vida, la naturaleza, la tierra abierta de entrañas regadas y henchido vientre negro que germina siempre, que sobrevive a todas las catástrofes. Que siempre calma el desespero de los hombres.
El aguacero estival ha llorado sobre los ríos de las sierras gotas de nácar en dulces torrentes. Crespín y Crespina, dos esposos, danzan sin comparación. Van y vienen, ríen, cantan. Se abrazan besan, zapateando sin par.
Crespina y su comadre Calandria se empalagan del dichoso licor que trae la palabra escondida a los labios abiertos. También beben los hombres tragos suficientes como para marear los pensamientos y obligarles a bailar dentro de los sudorosos cuerpos olientes a mazorcas nuevas.
Un malentendido de golpe se suscita. Crespín y un amigo hacen relucir las armas oxidadas que se ponen inmediatamente en campaña.
La fiesta no se detiene. La música es estridente.
Una herida calla en la piel de Crespín en oscuro latigazo.
Sangre y notas de música, dolor y euforia ruedan en las pistas del baile campero.
El dueño del rancho lo pone en su cama, trata de calmarle el dolor y la tristeza. Envía un emisario por la esposa que sigue rotando sus caderas embriagada de melodías.
-¡Que siga el baile que está muy bueno! Ya habrá tiempo para curarlo. ¡No pretenderá Crespín que por un rasguño deje de bailar!. –Dijo la mujer del herido y la carcajada resonó entre los oídos presentes. Trascendió los ruidos y al más allá llegó, los dioses de la muerte las melenas sacudieron ¡el hombre aún era un enigma!.
Danza viva la egoísta mujer y le nacen enredaderas en los pies.
Generoso, el tajo del moribundo va abriendo ramos de claveles rojos.
Los músicos ríen de la muerte y la muerte está llorando sola en un rincón apartado, de pura soledad empachada.
-¡Ha muerto, Crespina, tu esposo ha muerto!-balbucea con pena otro emisario.
-¡También para llorar encontraré tiempo mañana! ¡Que siga el baile! ¡Que siga!
El esposo muerto se ha ido sin compañera. Nadie le ha tomado la mano y le ha ayudado a cruzar el puente. Llegó a la otra orilla perdido como si toda la vida solo la hubiera transitado. Al amanecer se agota la garganta del canto, la música y los licores. Crespina va durmiendo la vida loca que le bullía horas antes. Va despertando la muerte que a su lado no quiso ver pasar. ¿Dónde está Crespín?
-Muerto y sepultado.-Concluye el dueño del rancho y en su gesto hay odio hacia la mujer indiferente que ha preferido el baile que estar en la hora última del reloj amado.
El corazón de Crespina siente agujas que en vez de coser abren agujeros por los que finas espinas se cruzan y enredan. Se van convirtiendo los rojos latidos en blancas lágrimas sin cuerpo para correr ni detenerse. Sus pies la llevan.
Estoy viéndola huir ahora mismo... va por la selva pisando hojas y tronquitos, rasgando el vestido, cargando llantos. Huye del tiempo la vida la muerte. Sin embargo, no logra huir de sí misma. Se desespera por salir de ella y entrar al tiempo.
Pero ese umbral tiene contraseñas y Crespina no las aprendió.
-Crespín... Crespín... ¿Dónde estás? Nada te conmueve. Mírame vagando y buscándote. No me castigues más. ¿Qué más quiere para aceptar mi arrepentimiento?
Sólo un grave y rezongón soplido del viento recoge su rostro que comienza a arrugarse prematuramente. Su piel seca de tantos soles atravesados en los árboles de la selva se cuartea como la tierra bajo sus pies. Siente que no la toca pero sigue rumbo al olvido lo incierto lo desconocido. Busca a su hombre en las lejanías opacas. Ella misma está perdiendo la luz de sus ojos lavados de tantas lágrimas. Su abecedario tiene un solo vocablo: Crespín. El nombre repite miles de veces en su eterno vagar. No, ¡realmente no siente los pies!. Sus últimos intentos desesperados le hacen crecer alas y en el aire busca al hombre que no quiso acompañar en tierra. Al esposo de siempre. A aquel que con ella la tierra sembraba de frutos dulces y nuevos.
Aquel que con ella agua fresca a la casa traía.
En las alturas Crespina llora, pequeño pajarito de tristezas lleno y alegría mudo. Los trigales han vuelto a sonreír y las montañas y bosques le dan morada pasajera. No tiene destino. El aire para no olvidarlos gratuitamente esparce las notas tristes sobre poblados y campesinos. Bebe la muerte en cada vuelo Crespina, es que cada gota de licor de la maldita noche, los dioses han convertido-rompiendo del perdón las copas- en caudalosos ríos de tristeza. Y su arrepentimiento es moneda que Tupa ha rechazado de la lista de deudores celestiales. Es un dios, tiene derecho.