(La Leyenda del Cangrejo-guaraní)
Cuentan los ríos guaraníes sobre Irasema. Todos les hemos oído alguna vez. Cuentan las danzarinas aguas sobre la niña de los alados cantos y la guitarra. La dueña de la voz que los pájaros envidiaban y los trinos imitaban. Las fragancias se volvían acordes y melodías cuando la joven las respiraba. El monte entero era un pentagrama lleno de notas al paso de Irasema.
Musical hechizo sobre hombres, aguas, plantas y rocas.
Canta sin pausas, Yrasema. Lunas y soles son testigos.
Pero esta noche se revuelve, inquieta, la voz de Areguá, en su hamaca de fibras. La garganta se le ha hinchado demasiado y un excesivo calor la baña.
Sypave, la madre, envía a Japeusa, el que nació de pie, a traer hojas de agrial y cáscaras de inga, para aliviar a Yrasema.
Hojas de ka’atai, ortiga y naranjas agrias recoge Japeusa y prepara con ellas el fatal brebaje que en vez de curar cierra inexorablemente la garganta de su hermana.
La virgen canta con ella los dulces sones que han mecido la colina.
Areguá por primera vez es testigo de la muerte de un ser humano.
Un desfile continuo de amuletos y palabras mágicas buscan revivir en la joven, a la muerte.
Pero la muerte humana está, ya, viva para siempre y Japeusa, el que nació de pie, la trajo y ahora, huye del fantasma que ha creado su destino.
¡Vedlo, enloquecido, corriendo, quebrando ramas, saltando las hierbas altas!
Tume Arandu, el primogénito de Rupave y Sypave,- amante de los secretos de la naturaleza- con sabiduría explica que el cuerpo debe cubrirse de tierra para volverse tierra. Porque la tierra se guarda las muertes para revivirlas. La tierra late, escucha, siente. ¡La tierra está viva!
Bajo el guayabal todos cantan y los cantos se multiplican...
Tume Arandu pide clemencia para Japeusa pues Tupa es sabio. El dios es dueño del mortal. Suyo es el perdón o el castigo. La venganza... La tribu entera quiere matar a Japeusa.
Japeusa sigue corriendo. Divisa el río y se mete en él. Pasan días hasta que el río devuelve a Areguá el esqueleto de Japeusa. Sus huesos se confunden. Se mueven. Tienen vida.
Un animal comienza a desprenderse y escapar de la gris osamenta.
Es un cangrejo. Es Japeusa.
Despega sus patas y camina hacia atrás. Busca el abrazo del agua. Sus huellas entierra en la arena. El que nació de pie caminará para siempre hacia atrás. Jamás olvidará el mal que hizo porque para toda la eternidad Tupa le ha impuesto el recuerdo. Siempre irá hacia atrás, en el camino y el tiempo... En la memoria y la vida... Porque todos los recuerdos pertenecen al pasado y para andarlos, se camina al revés.
Cuentan los ríos guaraníes sobre Irasema. Todos les hemos oído alguna vez. Cuentan las danzarinas aguas sobre la niña de los alados cantos y la guitarra. La dueña de la voz que los pájaros envidiaban y los trinos imitaban. Las fragancias se volvían acordes y melodías cuando la joven las respiraba. El monte entero era un pentagrama lleno de notas al paso de Irasema.
Musical hechizo sobre hombres, aguas, plantas y rocas.
Canta sin pausas, Yrasema. Lunas y soles son testigos.
Pero esta noche se revuelve, inquieta, la voz de Areguá, en su hamaca de fibras. La garganta se le ha hinchado demasiado y un excesivo calor la baña.
Sypave, la madre, envía a Japeusa, el que nació de pie, a traer hojas de agrial y cáscaras de inga, para aliviar a Yrasema.
Hojas de ka’atai, ortiga y naranjas agrias recoge Japeusa y prepara con ellas el fatal brebaje que en vez de curar cierra inexorablemente la garganta de su hermana.
La virgen canta con ella los dulces sones que han mecido la colina.
Areguá por primera vez es testigo de la muerte de un ser humano.
Un desfile continuo de amuletos y palabras mágicas buscan revivir en la joven, a la muerte.
Pero la muerte humana está, ya, viva para siempre y Japeusa, el que nació de pie, la trajo y ahora, huye del fantasma que ha creado su destino.
¡Vedlo, enloquecido, corriendo, quebrando ramas, saltando las hierbas altas!
Tume Arandu, el primogénito de Rupave y Sypave,- amante de los secretos de la naturaleza- con sabiduría explica que el cuerpo debe cubrirse de tierra para volverse tierra. Porque la tierra se guarda las muertes para revivirlas. La tierra late, escucha, siente. ¡La tierra está viva!
Bajo el guayabal todos cantan y los cantos se multiplican...
Tume Arandu pide clemencia para Japeusa pues Tupa es sabio. El dios es dueño del mortal. Suyo es el perdón o el castigo. La venganza... La tribu entera quiere matar a Japeusa.
Japeusa sigue corriendo. Divisa el río y se mete en él. Pasan días hasta que el río devuelve a Areguá el esqueleto de Japeusa. Sus huesos se confunden. Se mueven. Tienen vida.
Un animal comienza a desprenderse y escapar de la gris osamenta.
Es un cangrejo. Es Japeusa.
Despega sus patas y camina hacia atrás. Busca el abrazo del agua. Sus huellas entierra en la arena. El que nació de pie caminará para siempre hacia atrás. Jamás olvidará el mal que hizo porque para toda la eternidad Tupa le ha impuesto el recuerdo. Siempre irá hacia atrás, en el camino y el tiempo... En la memoria y la vida... Porque todos los recuerdos pertenecen al pasado y para andarlos, se camina al revés.