LA MUERTE ES AL AMOR TAN SÓLO LA MÁS CASUAL DE LAS CIRCUNSTANCIAS
( Adaptación de la Leyenda del Urutaú-guaraní)
Hace calor... Dos cuerpos se entrelazan junto al tajy, son dos y es uno. El amor les gobierna y toma las manos. Orquídeas gigantes de exquisitos perfumes les cubren grandes trozos de cielo. Un indio enamorado y una princesa unen los labios... son picaflores estrenando el néctar prohibido.
Uruti en el guerrero su paz descansa y el guerrero en Uruti sus combates apaga. Las llamas de la pasión se contornean quemando esos cuerpos que ya dejan de ser más de uno. Uruti siente que los fantasmas de voces ancestrales la llaman para seguir insistiendo con esas locuras de las uniones aconsejadas y negociadas, pero se están yendo... Se apagan con los quejidos y los susurros de las ondulantes hojas...
Él le regala un bello collar al que no le cabe un diente más de jaguar, tributo de su fortaleza, digna herencia que corre por viejos ríos de sangre nueva. Tatuados en su piel de chocolate se esconden para siempre los zarpazos previos a las agonías de las temibles fieras. Es que Jaguarainga no le teme a nada ni nadie. Mortal o divino. El guerrero tensa en los músculos el peso de los contornos que sus ojos aprehenden. Crujen las hojas, el viento sopla, las nubes se arremolinan en plena conferencia. El destino de dos enamorados cuentan los cardos espinados.
Voces vienen acercándose. Música mala, triste, es la que trae la aurora que mientras va muriendo sin prisas. Pálida luz el sol derrama, las hojas escurren las nervaduras de nácar . El guerrero a la princesa en fuerte abrazo la fragilidad ahoga.
***
Muchos ha enviado el mburuvicha guaraní. Muchos vienen con el mburuvicha guaraní. Toma el amor prestado por unos instantes la garganta del hombre que vive y está muriendo por Uruti. Habla y los tallos se estremecen. El bosque lo escucha.
El lapacho gime. Las flores entrecierran las corolas. ¡Un guerrero dominando idioma tan fino es cosa que hace temblar hasta las raíces más profundas!. Uruti también tiembla. Trémula flor sin su bastón de jaguar en medio del páramo que le azota el bello rostro. El jefe guaraní se siente ofendido. ¿Cómo puede osar un indio perteneciente a una raza esclava pretender a su hija?
-Muchos venían con el mburuvicha guaraní. Muchos envía el mburuvicha guaraní para comprobar que el altivo luchador huya más allá de los límites prohibidos.-Jaguarainga se va. ¿Qué ganará con combatir? Solamente alterará el ánimo y aumentará el odio que el cacique guaraní siente por él.
En la aldea con sus padres llora Uruti su destino.
(Es que no sabe la niña que el destino todo lo rige y que también el amor es una marioneta del mismo. Algunos dicen que es su juguete preferido y que le han visto en el cielo, ante un arco de estrellas, disparar hacia él con saetas de amor empujadas.)
El cacique ha decidido castigar el pecado de Uruti de forma inquebrantable y ejemplar. ¡La enviarán al templo mayor para ser consagrada como vestal!. No habrá nunca más hombres para la bella flor guaraní. Los sacerdotes con sus miles de vanos conjuros el amor de ella echarán, cortarán y quemarán.
Hasta allí es conducida la rebelde muchacha que a duras penas camina, pues lleva en la espalda en el pecho los pies una inmensa carga, el amor sujetado del cabello las manos la boca, tira de ella hacia atrás y el camino es un abanico que se al frente.
“¿Cómo pueden pedirme que renuncie al amor? Si por él, por mi hombre, he abierto la ventana oculta del mundo. He descubierto la gran traición de los dogmas y los secretos sacerdotales. Cómo podrán extinguirlo de mi cuerpo si cada hueso cada arteria cada latido le pertenece a Jaguarainga... Por mi hombre he sido mujer y ya no dejaré de serlo jamás... ”
Las otras muchachas que han corrido igual desgracia se deshacen en palabras porque ya conocen el castigo de la desobediencia. Puede tener desenlace fatal la porfía de Uruti. Y lo tendrá. Todos lo sabemos. Cierra los oídos ante la promesa de que castigos y disciplinas matarán al amor y la harán una nueva criatura.
¿Desde cuándo la oscuridad apaga la luz? se pregunta la joven. ¡Qué estúpidas son, por los dioses! Prometer que pronto olvidará...
Una a una las pruebas mágicas va superando y será ya, pronto, vestal del templo mayor. Las lunas presurosas por el cielo ondas de níveas puntillas han detenido por noches enteras y el sol, arrepentido de la noche despierta la aurora en que las ceremonias oficiales oscurecerán el mañana de la bella princesa. Los padres de Uruti, Arakare y Ojampi relucen de brillos interiores, los sacerdotes inician los ritos.
Uruti es una azucena blanca de cimbreante cintura. Nadie sabe que está perdiendo los perfumados pétalos. De nieve va hirviendo Uruti por el camino espiritual. Comenzarán las danzas rituales. Los acordes se dilatan hasta rascar la oreja de los dioses y penetrarlos de extremas agudezas.
Todas las vírgenes como llamadas por un mismo son, la vista elevan. Tan alto hasta donde el amor llega.
¡Arriba, en el techo del templo un hombre se asomó!
Los ojos eran de fuego... De fuego eran los ojos...
Sin dudas, hay un hombre allá, arriba, espiando.
Abajo, una fuerza posee a Uruti. La toma de la cintura y círculos en cadencias embriagantes la obligan a bailar como nunca lo ha hecho. Son sus caderas laderas del monte pidiendo la lluvia y su boca fogosa los tempranos besos del rocío en pistilos, sus brazos alas sin vuelos hacia el infinito. La flor sin primavera perfuma cantos en sensual hora y sus ojos son los que se encargan de desnudarlos. El amor con ella baila. Las otras vestales admiran su irreverencia y temen el castigo que sin dudas vendrá. Arakare tiembla de impotencia ante esos demonios que en Uruti la castidad maldicen. Su hija está negándose a ser pura. La danza de la flor de blanco es testigo de cuánto en ella la pasión ha obrado. ¡El talle cimbreante gira y desmantela a su paso líricos caudales de emociones!. El templo el viento el tiempo con ella juegan sin cordura.
¡Allá en lo alto le ha visto! Ella iba rumbo al fin, él venía a dar principio. Sólo para él puede la indiecita enroscar y desenroscar los pliegues frescos de su piel de manzana. Sólo para Jaguarainga es capaz de desafiar los castigos divinos y mortales.
¡Sólo para Jaguarainga la azucena guaraní tiene perfumes en los senos!
Arakare ofendido captura con sus soldados al hereje que ha osado merodear durante la ceremonia. Acaso ¿no ha dicho siempre él que ese guerrero es de mal augurio? ¡Será castigado y su hija será testigo! Le romperán el cráneo, cortarán su cuerpo trozo a trozo. La tribu los devorará cual sabroso manjar del cielo venido, y sus huesos se desparramarán en varios escondites del bosque para que nunca se unan, ni reencuentren la paz eterna.
***
Sin el amor habla el indio enamorado de amor y el vocablo de cuatro letras enfervoriza los cinco sentidos del mburuvicha haciendo que sus odios interiores griten por él. El jefe quiere que goce de placeres terrenales así en la hora de la muerte que pronto llegará le pese más retirarse de este paraíso. Y su carga de culpas pese lo suficiente para llamar al arrepentimiento. Sin embargo, no habrá convidado de piedra, porque no puede arrepentirse Jaguarainga del amor.
¡Pero Dioses! Si él no lo inventó..., es una víctima más.
El castigo- sacrificio viene dentro de bellas mujeres que traen los guardias, manjares y bebidas exquisitas... El prisionero no quiere ni probar el vino ni mordisquear las apetitosas comidas ni siquiera mirar una mujer... Uruti y las vestales desean liberarlo por eso sus manos, observad, vuelan como pequeños pájaros mezclando en las bebidas que la tribu goza y padece el jugo de adormideras rosadas y de ninfeas azules. Todos beben. Es parte del ritual.
Caen dormidos en estibas que roncan gravemente.
Jaguarainga no sabe si es la muerte que apresurada, viene escondida detrás del ángel que tiene delante de sí. Uruti va a liberarlo. Sus delgadas manos desatan las cuerdas que mantienen al amor atado firmemente a un tronco. Vuelven a sentir la magia del abrazo que les fuera arrancado. Por unos instantes creen nuevamente ser uno. Un corazón. Un alma. El amor...
Huyen sobre alfombras de hojitas sonoras. Huyen prendidos de las cabelleras iluminadas de los sueños. ¡Huyen las liebres del cazador!. Corren los tres sin pausa ni cansancios más que las treguas que un efímero beso plantea. El amor puede cansarse aunque nadie lo crea. Puede apresarse aunque sea etéreo. Al amor de Uruti y Jaguarainga tres centenas de soldados a mando del jefe guerrero de Arakare, que pretende a la bella, ponen redes y lo cazan. El amor llora, apresado nuevamente, sin memorias pues tantas veces le han liberado y encarcelado. Una y otra vez. Por ello para el amor libertad y cárcel suelen confundirse. Los que se habían fugado para apresar voluntariamente al rehén divino esperan el castigo.
-¡Será ejemplar!- ha dicho el sacerdote y los pájaros van a esconderse a sus nidos, las bestias a sus guaridas. El incendio de rencores lo amenaza todo.
El guerrero deberá ser sacrificado tal cual se había dispuesto antes de su huida y la bella niña, será castigada como cualquier vestal mancillada: ser devorada por la boa sagrada del templo. Ojampi clama desesperada por la vida de su hija, se arranca los cabellos, se rasguña el rostro. Arakare, impasible, no dará un paso atrás en su condena. El incorruptible ha corrompido lo sublime.
La pitón con poderes de augur, se arrastra relamiéndose ante lo que ha oído. Una nueva víctima. Está hambrienta. La furia de la espera la enrosca y desenrosca con rapidez. Las rasgadas miradas se estiran hacia los costados. Ruge la bestia y todos tiemblan. ¿Estará devorándola ya? Uruti quizá ya esté en medio de aquella máquina destructora. Los guardias portando en su rostro desencajado oscuras señales de pánico, cuidadosamente se acercan al recinto sagrado. Un hombre está asestando con implacable violencia golpe tras golpe al feroz animal enorme que se retuerce. Salpica la sangre las paredes y la bestia golpea furiosa con su cola. Se ha abrazado Jaguarainga a la frialdad. Es uno con la serpiente hasta que le corta la cabeza con el hacha hurtada. Uruti tiembla a un costado con los pies llenos de helada sangre negruzca.
***
La lucha entre el guerrero y los de Arakare es terrible, son muchos, la valentía tiene límites que le hacen caer, rendido, no entregado, a los pies del salvaje mburuvicha. Perdonará la vida de Uruti y Jaguarainga será sacrificado en forma inmediata. Uruti debe observar la escena. El verdugo sin rituales ni pasos ceremoniales aplasta la cabeza de la víctima. ¡Jaguarainga ya no le pertenece a nadie! Esclava del amor la mirada última ha donado a la bella.
-¡Te amaré siempre! fue la última frase de él.
-¡Te amaré siempre! es la primer frase de ella.
Rompen el cuerpo del guerrero. El cuerpo que tantas glorias dio a los suyos. Lo devoran ávidamente los de la tribu. La idolatrada carne mastica. Uruti llora, da vueltas sobre sí misma y se resiste a creer que en minutos el tiempo la vida el futuro pueda caberle a aquellas míseras bocas. El destino maldice, a su padre, a todos. Contra el cielo los dioses blasfema la bella. Luego del tenebroso banquete los huesos de los brazos las manos que su cintura abrazaron con fuerza son arrojados por el bosque. Los restos de las ágiles piernas que alcanzaban jaguares y atravesaban eternas penumbras se han esparcido en diversos pozos. De la espalda robusta y protectora nada ha quedado más que unas horribles vértebras. Jaguarainga no está. No existe. Unos huesos desparramados es todo lo que queda de él. Ojampi y Uruti parten del dolor al dolor eterno. Vagan por los bosques. Madre e hija reniegan del destino. Uruti busca los huesos, jamás los encuentra.
Se guarda los abrazos las palabras la pasión en el canto al punto que los dioses, de purita pena, a la azucena prenden alas y la convierten en pájaro. Entonces el dolor y el llanto en el mismo cielo vuelan sin destinos.
Nadie lo olvidará. Las señales de mal augurio suben al manto azul y descienden, grises, sin tregua, en la tribu de Arakare.
Tupa ha parido un nuevo verdugo para el mburuvicha: el insomnio del que nada lo aleja. El heridor del amor ajeno se ha infringido así una propia herida que al igual que a su víctima le arderá aún en las nieves eternas. El llanto del urutaú permanece toda la noche, y cuando se detiene, estéril, sobre el árbol seco - en que, Ojampi, la madre, se ha transformado- suele llorar más fuerte.
Loco, el mburuvicha decide marcharse, viejo y solo, de este mundo y entró en la muerte con las pupilas dilatadas.
No tan solo, porque hasta el último momento de su paso por la tierra un ave desesperada que hasta hoy sigue buscando al amor roto para pegarlo y arrancarle la muerte, le cantó y le canta hasta más allá de la muerte. Porque cuando lloran los urutaú vierten los campos lágrimas sagradas de mujeres heridas por amores perdidos.
( Adaptación de la Leyenda del Urutaú-guaraní)
Hace calor... Dos cuerpos se entrelazan junto al tajy, son dos y es uno. El amor les gobierna y toma las manos. Orquídeas gigantes de exquisitos perfumes les cubren grandes trozos de cielo. Un indio enamorado y una princesa unen los labios... son picaflores estrenando el néctar prohibido.
Uruti en el guerrero su paz descansa y el guerrero en Uruti sus combates apaga. Las llamas de la pasión se contornean quemando esos cuerpos que ya dejan de ser más de uno. Uruti siente que los fantasmas de voces ancestrales la llaman para seguir insistiendo con esas locuras de las uniones aconsejadas y negociadas, pero se están yendo... Se apagan con los quejidos y los susurros de las ondulantes hojas...
Él le regala un bello collar al que no le cabe un diente más de jaguar, tributo de su fortaleza, digna herencia que corre por viejos ríos de sangre nueva. Tatuados en su piel de chocolate se esconden para siempre los zarpazos previos a las agonías de las temibles fieras. Es que Jaguarainga no le teme a nada ni nadie. Mortal o divino. El guerrero tensa en los músculos el peso de los contornos que sus ojos aprehenden. Crujen las hojas, el viento sopla, las nubes se arremolinan en plena conferencia. El destino de dos enamorados cuentan los cardos espinados.
Voces vienen acercándose. Música mala, triste, es la que trae la aurora que mientras va muriendo sin prisas. Pálida luz el sol derrama, las hojas escurren las nervaduras de nácar . El guerrero a la princesa en fuerte abrazo la fragilidad ahoga.
***
Muchos ha enviado el mburuvicha guaraní. Muchos vienen con el mburuvicha guaraní. Toma el amor prestado por unos instantes la garganta del hombre que vive y está muriendo por Uruti. Habla y los tallos se estremecen. El bosque lo escucha.
El lapacho gime. Las flores entrecierran las corolas. ¡Un guerrero dominando idioma tan fino es cosa que hace temblar hasta las raíces más profundas!. Uruti también tiembla. Trémula flor sin su bastón de jaguar en medio del páramo que le azota el bello rostro. El jefe guaraní se siente ofendido. ¿Cómo puede osar un indio perteneciente a una raza esclava pretender a su hija?
-Muchos venían con el mburuvicha guaraní. Muchos envía el mburuvicha guaraní para comprobar que el altivo luchador huya más allá de los límites prohibidos.-Jaguarainga se va. ¿Qué ganará con combatir? Solamente alterará el ánimo y aumentará el odio que el cacique guaraní siente por él.
En la aldea con sus padres llora Uruti su destino.
(Es que no sabe la niña que el destino todo lo rige y que también el amor es una marioneta del mismo. Algunos dicen que es su juguete preferido y que le han visto en el cielo, ante un arco de estrellas, disparar hacia él con saetas de amor empujadas.)
El cacique ha decidido castigar el pecado de Uruti de forma inquebrantable y ejemplar. ¡La enviarán al templo mayor para ser consagrada como vestal!. No habrá nunca más hombres para la bella flor guaraní. Los sacerdotes con sus miles de vanos conjuros el amor de ella echarán, cortarán y quemarán.
Hasta allí es conducida la rebelde muchacha que a duras penas camina, pues lleva en la espalda en el pecho los pies una inmensa carga, el amor sujetado del cabello las manos la boca, tira de ella hacia atrás y el camino es un abanico que se al frente.
“¿Cómo pueden pedirme que renuncie al amor? Si por él, por mi hombre, he abierto la ventana oculta del mundo. He descubierto la gran traición de los dogmas y los secretos sacerdotales. Cómo podrán extinguirlo de mi cuerpo si cada hueso cada arteria cada latido le pertenece a Jaguarainga... Por mi hombre he sido mujer y ya no dejaré de serlo jamás... ”
Las otras muchachas que han corrido igual desgracia se deshacen en palabras porque ya conocen el castigo de la desobediencia. Puede tener desenlace fatal la porfía de Uruti. Y lo tendrá. Todos lo sabemos. Cierra los oídos ante la promesa de que castigos y disciplinas matarán al amor y la harán una nueva criatura.
¿Desde cuándo la oscuridad apaga la luz? se pregunta la joven. ¡Qué estúpidas son, por los dioses! Prometer que pronto olvidará...
Una a una las pruebas mágicas va superando y será ya, pronto, vestal del templo mayor. Las lunas presurosas por el cielo ondas de níveas puntillas han detenido por noches enteras y el sol, arrepentido de la noche despierta la aurora en que las ceremonias oficiales oscurecerán el mañana de la bella princesa. Los padres de Uruti, Arakare y Ojampi relucen de brillos interiores, los sacerdotes inician los ritos.
Uruti es una azucena blanca de cimbreante cintura. Nadie sabe que está perdiendo los perfumados pétalos. De nieve va hirviendo Uruti por el camino espiritual. Comenzarán las danzas rituales. Los acordes se dilatan hasta rascar la oreja de los dioses y penetrarlos de extremas agudezas.
Todas las vírgenes como llamadas por un mismo son, la vista elevan. Tan alto hasta donde el amor llega.
¡Arriba, en el techo del templo un hombre se asomó!
Los ojos eran de fuego... De fuego eran los ojos...
Sin dudas, hay un hombre allá, arriba, espiando.
Abajo, una fuerza posee a Uruti. La toma de la cintura y círculos en cadencias embriagantes la obligan a bailar como nunca lo ha hecho. Son sus caderas laderas del monte pidiendo la lluvia y su boca fogosa los tempranos besos del rocío en pistilos, sus brazos alas sin vuelos hacia el infinito. La flor sin primavera perfuma cantos en sensual hora y sus ojos son los que se encargan de desnudarlos. El amor con ella baila. Las otras vestales admiran su irreverencia y temen el castigo que sin dudas vendrá. Arakare tiembla de impotencia ante esos demonios que en Uruti la castidad maldicen. Su hija está negándose a ser pura. La danza de la flor de blanco es testigo de cuánto en ella la pasión ha obrado. ¡El talle cimbreante gira y desmantela a su paso líricos caudales de emociones!. El templo el viento el tiempo con ella juegan sin cordura.
¡Allá en lo alto le ha visto! Ella iba rumbo al fin, él venía a dar principio. Sólo para él puede la indiecita enroscar y desenroscar los pliegues frescos de su piel de manzana. Sólo para Jaguarainga es capaz de desafiar los castigos divinos y mortales.
¡Sólo para Jaguarainga la azucena guaraní tiene perfumes en los senos!
Arakare ofendido captura con sus soldados al hereje que ha osado merodear durante la ceremonia. Acaso ¿no ha dicho siempre él que ese guerrero es de mal augurio? ¡Será castigado y su hija será testigo! Le romperán el cráneo, cortarán su cuerpo trozo a trozo. La tribu los devorará cual sabroso manjar del cielo venido, y sus huesos se desparramarán en varios escondites del bosque para que nunca se unan, ni reencuentren la paz eterna.
***
Sin el amor habla el indio enamorado de amor y el vocablo de cuatro letras enfervoriza los cinco sentidos del mburuvicha haciendo que sus odios interiores griten por él. El jefe quiere que goce de placeres terrenales así en la hora de la muerte que pronto llegará le pese más retirarse de este paraíso. Y su carga de culpas pese lo suficiente para llamar al arrepentimiento. Sin embargo, no habrá convidado de piedra, porque no puede arrepentirse Jaguarainga del amor.
¡Pero Dioses! Si él no lo inventó..., es una víctima más.
El castigo- sacrificio viene dentro de bellas mujeres que traen los guardias, manjares y bebidas exquisitas... El prisionero no quiere ni probar el vino ni mordisquear las apetitosas comidas ni siquiera mirar una mujer... Uruti y las vestales desean liberarlo por eso sus manos, observad, vuelan como pequeños pájaros mezclando en las bebidas que la tribu goza y padece el jugo de adormideras rosadas y de ninfeas azules. Todos beben. Es parte del ritual.
Caen dormidos en estibas que roncan gravemente.
Jaguarainga no sabe si es la muerte que apresurada, viene escondida detrás del ángel que tiene delante de sí. Uruti va a liberarlo. Sus delgadas manos desatan las cuerdas que mantienen al amor atado firmemente a un tronco. Vuelven a sentir la magia del abrazo que les fuera arrancado. Por unos instantes creen nuevamente ser uno. Un corazón. Un alma. El amor...
Huyen sobre alfombras de hojitas sonoras. Huyen prendidos de las cabelleras iluminadas de los sueños. ¡Huyen las liebres del cazador!. Corren los tres sin pausa ni cansancios más que las treguas que un efímero beso plantea. El amor puede cansarse aunque nadie lo crea. Puede apresarse aunque sea etéreo. Al amor de Uruti y Jaguarainga tres centenas de soldados a mando del jefe guerrero de Arakare, que pretende a la bella, ponen redes y lo cazan. El amor llora, apresado nuevamente, sin memorias pues tantas veces le han liberado y encarcelado. Una y otra vez. Por ello para el amor libertad y cárcel suelen confundirse. Los que se habían fugado para apresar voluntariamente al rehén divino esperan el castigo.
-¡Será ejemplar!- ha dicho el sacerdote y los pájaros van a esconderse a sus nidos, las bestias a sus guaridas. El incendio de rencores lo amenaza todo.
El guerrero deberá ser sacrificado tal cual se había dispuesto antes de su huida y la bella niña, será castigada como cualquier vestal mancillada: ser devorada por la boa sagrada del templo. Ojampi clama desesperada por la vida de su hija, se arranca los cabellos, se rasguña el rostro. Arakare, impasible, no dará un paso atrás en su condena. El incorruptible ha corrompido lo sublime.
La pitón con poderes de augur, se arrastra relamiéndose ante lo que ha oído. Una nueva víctima. Está hambrienta. La furia de la espera la enrosca y desenrosca con rapidez. Las rasgadas miradas se estiran hacia los costados. Ruge la bestia y todos tiemblan. ¿Estará devorándola ya? Uruti quizá ya esté en medio de aquella máquina destructora. Los guardias portando en su rostro desencajado oscuras señales de pánico, cuidadosamente se acercan al recinto sagrado. Un hombre está asestando con implacable violencia golpe tras golpe al feroz animal enorme que se retuerce. Salpica la sangre las paredes y la bestia golpea furiosa con su cola. Se ha abrazado Jaguarainga a la frialdad. Es uno con la serpiente hasta que le corta la cabeza con el hacha hurtada. Uruti tiembla a un costado con los pies llenos de helada sangre negruzca.
***
La lucha entre el guerrero y los de Arakare es terrible, son muchos, la valentía tiene límites que le hacen caer, rendido, no entregado, a los pies del salvaje mburuvicha. Perdonará la vida de Uruti y Jaguarainga será sacrificado en forma inmediata. Uruti debe observar la escena. El verdugo sin rituales ni pasos ceremoniales aplasta la cabeza de la víctima. ¡Jaguarainga ya no le pertenece a nadie! Esclava del amor la mirada última ha donado a la bella.
-¡Te amaré siempre! fue la última frase de él.
-¡Te amaré siempre! es la primer frase de ella.
Rompen el cuerpo del guerrero. El cuerpo que tantas glorias dio a los suyos. Lo devoran ávidamente los de la tribu. La idolatrada carne mastica. Uruti llora, da vueltas sobre sí misma y se resiste a creer que en minutos el tiempo la vida el futuro pueda caberle a aquellas míseras bocas. El destino maldice, a su padre, a todos. Contra el cielo los dioses blasfema la bella. Luego del tenebroso banquete los huesos de los brazos las manos que su cintura abrazaron con fuerza son arrojados por el bosque. Los restos de las ágiles piernas que alcanzaban jaguares y atravesaban eternas penumbras se han esparcido en diversos pozos. De la espalda robusta y protectora nada ha quedado más que unas horribles vértebras. Jaguarainga no está. No existe. Unos huesos desparramados es todo lo que queda de él. Ojampi y Uruti parten del dolor al dolor eterno. Vagan por los bosques. Madre e hija reniegan del destino. Uruti busca los huesos, jamás los encuentra.
Se guarda los abrazos las palabras la pasión en el canto al punto que los dioses, de purita pena, a la azucena prenden alas y la convierten en pájaro. Entonces el dolor y el llanto en el mismo cielo vuelan sin destinos.
Nadie lo olvidará. Las señales de mal augurio suben al manto azul y descienden, grises, sin tregua, en la tribu de Arakare.
Tupa ha parido un nuevo verdugo para el mburuvicha: el insomnio del que nada lo aleja. El heridor del amor ajeno se ha infringido así una propia herida que al igual que a su víctima le arderá aún en las nieves eternas. El llanto del urutaú permanece toda la noche, y cuando se detiene, estéril, sobre el árbol seco - en que, Ojampi, la madre, se ha transformado- suele llorar más fuerte.
Loco, el mburuvicha decide marcharse, viejo y solo, de este mundo y entró en la muerte con las pupilas dilatadas.
No tan solo, porque hasta el último momento de su paso por la tierra un ave desesperada que hasta hoy sigue buscando al amor roto para pegarlo y arrancarle la muerte, le cantó y le canta hasta más allá de la muerte. Porque cuando lloran los urutaú vierten los campos lágrimas sagradas de mujeres heridas por amores perdidos.