¡EL JAGUARU HA MUERTO!

(Adaptación de la Leyenda del Jaguaru-guaraní)
En el templo de Yaguarón una imagen cuenta de una cruenta lucha entre guerreros y una temible bestia. Lo que sigue es parte de lo que allí se narra por medio de la impactante figura...
“Un indio navega en las orillas del río; las pupilas dilatadas se concentran en las somnolientas ondulaciones del lomo brillante y húmedo. ¿Cuántos secretos esconde la serpiente de agua? ¿Cuántos han ido a dar al fondo empujados por la luna y el sol, los vinos de mandioca y furibundas pasiones? ¿Cuántos han apagado sus fuegos en los mojados abrazos del río?
Allá, una cueva oscura abre fauces más negras y no tiene la noche candiles para iluminarla. Guarán le pide a la canoa que le lleve hacia la misteriosa boca. La canoa- amiga del hombre- a su deseo sucumbe, y otra vez el cuerpo de madera se desliza por la pista del río.
La caverna es un siniestro y negro laberinto, Guarán no encuentra la salida. Siente mucha curiosidad pero debe regresar.
-¡Un animal! Esta es la guarida de un animal. Puedo olerlo.
El cazador oye los latidos de su instinto guerrero acalorando las neuronas que en fatídico entrevero apuran los axones y acortan las distancias.
Volverá. Descubrirá la bestia que se refugia en las fauces de piedra.
Sin dudas. ¡Volverá!-palabra de guerrero.
Pero el anciano dice que a esa bestia hay que dejarla en paz.
-¡El jaguaru! Allí vive el jaguaru y ha dado muerte a cazadores más valientes que tú, Guarán.
¡Más valientes que el indómito Guarán! Es mucho decir.
Entonces oyó lo que contaban los viejos a orillas de los ríos sagrados de fuego: que el monstruo tenía cuerpo de lagarto, cabeza de tigre, que puede arrancar con su cola los árboles de cuajo... que puede desparramar el poblado en un abrir y cerrar de ojos como esparcen los niños los huesitos en los tableros de hierba...
¡El jaguaru! Cuando niño escuchó ese nombre, bien recuerda el guerrero como la sangre se le heló y quedó suspendida en la espantosa visión que imaginó de la bestia, de los hombres cruelmente descuartizados a crueles zarpazos.
Pero hay algo más sobre el jaguaru... Tiende sobre los hombres que cazan un poder hipnótico, tiende un puente de atracción fatal.
El cazador sueña con darle caza. El jaguaru sueña con despedazarlo.
Días, semanas, meses...
El indio sobre una canoa va por los caminos del agua.
El indio sobre una canoa silencia hasta los latidos de su corazón, para oír como gimen y se arrastran las criaturas de la noche que una pulsera de plata, desnuda.
No va solo. Le siguen otros guerreros. Le siguen otras canoas.
Son hombres fuertes, acostumbrados a los combates con bestias; son los protectores del pueblo.
No hablan entre ellos, intercalan esporádicamente penetrantes miradas. Los guerreros han aprendido a comunicarse con los ojos.
De pronto pueden oír un silencio que rompe los oídos. Tanto zumba que lastima los tímpanos; los guerreros vigilan, miran en todas direcciones y como brújulas sin norte se sienten en medio de un fantástico remolino.
Y es ese silencio pesado, embriagante, el que les obliga a dar marcha atrás.
***
En la noche, Jukyete, observa a su esposo, Guarán. Le ve retorcerse en la hamaca de fibras, le toca la piel y se empapa las manos con la transpiración del indio que no cesa de murmurar el maldito nombre: jaguaru, jaguaru...
Le ve incorporarse y hacerse a la noche, la luna, los luceros. El urutaú le mira, le canta, llora. Jukiete le sigue, le habla y frota ungüentos de adormideras. El indio vuelve a entornar los párpados en la hamaca de fibra. La noche lo mece.
La mujer está arrodillada frente al esposo, y no tiene motivos para ese calor en el pecho subiendo estallando incendiando.
¿Qué locura es esa que lleva a la india a sentir huracanes del fuego alrededor de la aldea?
La india se duerme convencida de que es el follaje que está discutiendo, como muchas noches de luna, su parloteo incesante puede sacudirlo todo.
La bestia asecha... Observa a la mujer del hombre que quiere matarlo.
El monstruo se agita, se acerca más, mueve la cola, azota el terrible cuerpo y ¡de un salto toma a la mujer entre sus fauces” ... se la lleva...
Desaparece sin dejar rastros.
Aunque los hombres saben que ha sido el jaguaru, un viejo indio está seguro de haberlo visto...”es tan rápido”
Las canoas han ido y venido por el río, pero la caverna ha desaparecido. Seguramente, el monstruo, ha decidido cazar en el propio pueblo.
En la aldea, los guerreros están apostados por todas partes. Guarán les comanda.
Casi no respiran. La noche está poblada de cantos lastimeros y quejidos.
En algún momento la bestia tendrá que salir. ¿Cuántas lunas y soles han desfilado en los tablados del cielo mientras los indios, inmóviles, a la bestia aguardan? Un cebo y una fosa esperan en silencio.
Viejos, mujeres y niños están en las chozas, y conteniendo el aire, por las rendijas observan y escuchan... Escuchan los pasos del monstruo que tantea el terreno...
No encuentra la presa... Olfatea el aire, agita la cola...
Lazos y boleadoras caen en rápida lluvia sobre él y la bestia en el temporal se retuerce, se desploma en la fosa. El olor a fetidez lo embriaga todo. Viejos, mujeres y niños, abandonan las chozas tratando de ver con mayor detalle.
Guarán toma la lanza y emite un sonido gutural. Luego se dirige a la bestia y la clava en las fauces del monstruo. La retuerce y la sangre negruzca le salpica la piel. Una lluvia de flechas los guerreros vuelcan sobre el jaguaru que continúa revolviéndose en la fosa. Cayó la bestia finalmente abatida con la lanza de Guarán al medio de la garganta.
-¡Ha muerto el jaguaru! ¡El jaguaru ha muerto!-repiten los viejos, mujeres y niños mientras los más chicos se animan a ver si es verdad, si los grandes no mienten, y con varitas nuevas al viejo monstruo tocan, una y otra vez... “

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