EL EMBRUJO DE CHOPO

(Adaptación de La Leyenda del Chopo-guaraní)
Los jefes y sacerdotes deliberan sobre los pasos a seguir para que los enemigos del pueblo pyturusu no sigan provocando bajas. Deben conocerse los movimientos contrarios. ¿Qué hacer? Enviar un grupo de guerreros... Enviar un solo hombre... Los ancianos nutren de valiosos consejos a los jóvenes guerreros que ponen los oídos, el alma, la sangre en las palabras que llegan de néctares perennes, confinándose al supremo acto de sacralización para las generaciones aún por venir. El asceta Chopo es el designado, un solo hombre la elección.
El mismo al que las mujeres están detestando porque él no las mira demasiado. El hombre que lleva en los ojos la nación, la guerra y la valentía en el pecho como estandarte. Chopo ha nacido para capturar enemigos y derrotar adversarios. Los galopes que conoce su corazón son aquellos que provoca la victoria en el campo de lucha.
¡Ved como escucha la orden Chopo! ¡Ved con cuanta prestancia el arrogante indio va por su camino! Vedlo ahora cruzando ríos y pantanos, sorteando cerros y planicies... Cumple con coraje la misión que se le ha asignado. Podría ser sorprendido y con él, el destino pyturusu soslayado.
En lo alto de un árbol las horas del día descansan en Chopo. Cuando las negras cortinas del cielo se abren sobre el poblado que se divisa el indio baja. Allí hay una choza... Hasta ella el hombre tostado se desliza... Una hamaca se mece hurgando en el fulgor de las estrellas plateadas...
En ella una indiecita bellísima, las pestañas bajas, los labios entreabiertos. Está soñando en voz alta...
Su piel es de luna. Blanca. Tan clara como el agua mansa de los arroyos. Nunca el indio contempló la belleza. La tiene ante sí. Con éxtasis sus pupilas devoran la silueta, el cabello, los pómulos altos, la nariz perfectamente delineada. La indiecita no sabe que un valiente le vela el sueño.
Cuando la aurora sonrió Chopo subió nuevamente al árbol llevándose la sensualidad de la primera imagen de mujer escrutada hasta el mínimo detalle.
Está olvidando la misión que su pueblo le ha confiado. Los movimientos sigilosos del poblado son invisibles a Chopo que solo dirige sus ojos hacia la choza de la india blanca.

Otra vez en la noche el indio sintiendo bullir el encanto del amor en sus venas se introduce en silencio por la choza de adobe a contemplar la maravillosa escena del amor durmiente.
¿Qué es esta sensación nueva y voluptuosa que empalaga los sentidos y le brinca en el pecho? El indio está preso de la contemplación femenina a la que siempre se negó pero esta vez a su embrujo sucumbe.
¿Qué hierba habrá rozado, tocado? ¿Qué brebaje ha bebido? ¿De qué raíces y frutos se alimentó? ¿Quién es el hechicero que le ha puesto esta mujer en su camino?
Las lunas y los soles se repiten así como la acción de Chopo que de día sube al árbol y por la noche examina la pálida mujer. Debe volver a su tribu. ¿Qué dirá? ¡Ay de la culpa en el hombre! Cómo pesa... Al punto que más de una vez no recuerda siquiera el camino correcto. ¡Ay del hombre perseguido por un fantasma de niebla de contornos femeninos!
***
Al llegar a su tierra nadie comprende las evasivas del guerrero. El mago es un anciano viejo y ha visto que algo más sucede en el noble pecho. Escudriña a través de él con los instrumentos que Chopo sin saberlo está alcanzándole.
Un paño de bruma en los ojos denuncia.
El temblor en la voz delata.
El mago ve donde nadie ve.
Y Chopo le confiesa la culpa. El consejo reprende con severidad al hombre fuerte que un reflejo ha debilitado. El mago ha dicho que si se ha enamorado debe ir por la mujer, raptarla, huir con ella.
Esas palabras repican como campanas... Se deshacen en múltiples ecos... El mago pone en las manos del indígena una bolsa con talismanes. En caso de que los enemigos le sigan deberá romper el huevo de urraca golpeándolo en el suelo. Luego de despistarlos si las fuerzas de la adversidad vuelven a ponerlo en peligro debe usar otro talismán, la punta de asta de ciervo. En cuanto al último, bien que le encarga el mago de que está reservado únicamente para un momento de peligro mortal. Es un trozo de caña que deberá plantar en el suelo. Así el mago lo encontrará y romperá el hechizo.
Le recomienda que llegue a las tierras del ka’aguasu, donde la paz será una oda eterna porque allí todos los amores pueden vivirse.
El indio se ha colgado la bolsa al cuello y parte en busca de la mujer. Las plantas de sus pies nuevamente azotan con vehementes pasos los mismos caminos que estrenó para encontrarla.
Y otra vez aguarda en el árbol a que Yacy deposite sobre el poblado los hilados mantos de la noche estrellada.
Es apuesto el indio, no en vano todas las de su tribu se desvivían por atenderlo aunque para ellas Chopo jamás tuvo una mirada. Es una mujer enemiga la que le atrae. De la que percibe los exquisitos aromas de orquídea que le embargan el alma, la piel, las ganas. Chopo desciende del árbol. Chopo asciende a la plenitud del sentimiento.
La choza de adobe... Allí desnuda, resplandeciente como la misma Yacy está la indiecita. El indio le cubre la boca y ella abre los ojos. Teme por unos instantes una agresión. Más descubre en la voz del hombre al amor metido en una coraza de guerrero. Huirá con él. Con el apuesto Chopo.
Él la carga en los brazos y vuelve a pisar las planicies y cerros. Los irisados ríos humedecen las viriles piernas.
Una horda de salvajes apresura el paso. Están muy cerca los enemigos... las caras pobladas de graves expresiones... las armas ávidas de muertes....
El indio con la virgen en brazos detiene el andar y la selva decae un último lánguido quejido cargado de ácidos aromas.
Chopo rompe el huevo de urraca contra el piso y sus atacantes se desorientan envueltos en una ceniza muy oscura que les prohíbe, por mandato del mago, divisar a la pareja. Más allá unos bandidos les interceptan y absortos ante la belleza de la india blanca quieren tomar por la fuerza la presa que Chopo ha conquistado con amor. Entonces, el enamorado, enciende con la punta de asta una fogata cuyo humo cubre a los salteadores.
¡Qué malditas casualidades se interponen tantas veces al amor! Cuánto dolor sintió el indio al observar como se le cayó el trozo de caña y se quemó rápidamente en la fogata. Hombre y mujer, en medio de la niebla se abrazan y un beso les ilumina.
El primero. El más cándido. El inolvidable. Pero... ¡está sucediendo algo!.
Una fuerza les succiona y los dos cuerpos unidos están echando raíces en el corazón de la fértil tierra.
¡Miradlos ahora! Mirad esas serpientes de madera que crujen extendiéndose reemplazando las piernas del guerrero mientras el torso se funde con el de la virgen indígena. El hombre es tronco grueso. Ella un follaje claro y húmedo. El mago lejos siente ve padece lo que sucede, nada puede hacer.
El trozo de caña arde con el cuerpo tostado y el cuerpo blanco. Consumidos en el primer beso ardiente a la virgen y al indio le crecieron raíces.
El chopo es el árbol de corteza embriagante porque aún en las nuevas correntadas de savia de cada brote nuevo está la chispa del primer beso que no se apagará jamás.